Es
un día normal, sábado recuerdo, suena la música de planchar de mi mamá y sus
gritos me recuerdan que sí esa tarde quiero ir a la fiesta de Daniela debo
arreglar y dejar en perfecto estado mi habitación. A las 11 de la mañana ya
estaba terminando los deberes, bañarme fue la acción a seguir. Fácilmente me
describirían como una niña desarreglada pero ese día por alguna razón, lucir
“bien” es importante. Alrededor de las 2 de la tarde espero por la llamada que
fuera la orden de partida hacia la dichosa fiesta.
Son
las 3 de la tarde aproximadamente, es octubre de 2008. Por fin suena el
teléfono. Es Tatiana quien me dice que en 15 minutos debo estar en el parque
central de Funza para ir todos caminando hacia la casa donde sería la reunión.
Salgo despabilada, a pesar de que usualmente tardo 6 minutos caminando hasta
tal parque, hoy, por ninguna razón puedo llegar tarde, corro entre la gente que
me observa de forma extraña, espero que por mi afán y no por lo despeinada o
sonrojada por la actividad física que implicaba recorrer esas cuadras a toda
marcha.
No
valieron la pena las toscas miradas de hace unos instantes de las personas que
estaban por el lugar, estuve más de 20 minutos esperando sola en una silla del
parque hasta que todos mis amigos, uno a uno fueron llegando. A las 3 y 30
iniciamos la caminata hasta el barrio el Trébol en Mosquera. Llegamos alrededor
de las 4 y la música empezó a sonar. Todos en sus asuntos, bailaban, reían,
bebían, yo más allá de cualquier cosa, observaba. Siempre había sido la más
pequeña del grupo y desde hace unos días atrás lo sentía más que nunca, con la
presión de ser la única que aun a sus 12 años jamás había besado en la boca a
nadie más que a su madre.
El
lleva una camiseta verde a cuadros, jean blanco entubado, tenis blancos y un
peinado absolutamente detestable. Es Elkin. Un compañero de mi salón, varios
años mayor que yo, que desde hace varias semanas o meses me atrevo a decir, se
dedica a enviarme chocolates, cartas, flores y un sinfín de cosas que para mí
poco valor tienen, él no sabe que me gusta su mejor amigo Sebastián, en la
simpleza que ve el mundo aún no ha notado que no me interesa en lo absoluto sus
detalles.
Va
transcurriendo la tarde de aquellas fiesta de niños, cometo un grave error que
aun para el 2010 tendrá repercusiones en mi vida, pero eso no importa en este
momento, la presión me gana la batalla, no quiero seguir siendo la niña pequeña
que además de ser la única que no bebe, es la única que ha sido incapaz de dar
un beso. El momento se da, en una hamaca en el patio de Daniela, mientras el me
besa y me dice cuanto le gusto yo no puedo dejar de pensar en “Los Simpson”, el
primer beso de Marge y Homero y la canción “So happy together” de “The turtles”.
Es casi la única parte que aún permanece guardada en mis recuerdos de aquel
primer beso, una caricatura y una canción de una fiesta esplendida, el resto,
la parte soñada, el roce de labios y todo lo que conllevo, no importo ese día, sigue sin importancia ahora.
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